Javier Mascherano se ha convertido en el símbolo indiscutido del alma de la Selección Argentina a fuerza de presencia, carisma, liderazco y ejemplo de compañerismo y espíritu deportivo. Generalmente ese tipo de jugadores suelen ser quienes llevan la banda de capitán. Sin embargo, desde que Lio tipo de jugadores suelen ser quienes llevan la banda de capitán. Sin embargo, desde que Lionel Messi se calzó ese título, nadie se lo ha discutido. Mascherano sigue siendo, sin embargo, el capitán sin cinta.
Desde la arenga previa al partido, la motivación dentro y fuera de la cancha, el reto a sus compañeros, el ordenamiento interno del equipo, la camaradería con el entrenador, Alejandro Sabella, para plantear cambios tácticos durante los encuentros, los cuatro gritos que suele disparar cuando ve algún compañero distraido y, por sobre todo, la garra y el corazón para entregar hasta la última gota de energía que su cuerpo contenga, y hasta más que eso, en una posición de mediocentro que lo amerita.
Durante el partido contra Holanda por el pase a la final del Mundial de Brasil 2014, Mascherano volvió a demostrar lo que ya no hacía falta. Es por eso que, cuando algo así como a los veinte minutos del primer tiempo, cuando un choque de cabezas contra el holandés Wijnaldum lo dejó mareado y desplomado en el pasto, los corazones se varios se pararon. La cara de Sabella lo dijo todo: preocupación.
Pero el "León", como muchos le dicen, se levantó y siguió y, si bien el resultado final fue 0-0, parece haber concenso entre la opinión pública en que la barrida que evitó el remate de Arjen Robben sobre el final del partido y que evitó lo que habría sido -con gran certeza- el gol de la victoria holandesa, contó como un gol propio para la argentina.