Campeón invicto con el River del Amáerico Gallego en el Apertura 1994. Primer gol a Boca y en La Bombonera. Debut en la nueva Selección Argentina que había tomado Daniel Passarella para comenzar la Era Post Diego Maradona, que finalizó dramáticamente en el Mundial de los Estados Unidos. Todo junto y en pocas semanas. Ese fin de año era fabuloso para Marcelo Gallardo, que tres días antes de Nochebuena volvía a ponerse la camiseta de la Albiceleste, en un amistoso con Yugoslavia, ahora en su casa, en El Monumental. Al mismo tiempo, una delegación encabezada por un tal Pekerman, desconocido para muchos en el mundo del fútbol, viajaba a La Paz para disputar un Sudamericano Sub 20. Gallardo andaba por los 18 años y naturalmente estaba en los planes, pero el Káiser se encargaría de arruinarlos. Gallardo era suyo y de nadie más. Y Passarella le iba a quitar una Copa del Mundo.
El Gran Capitán había perdido una pulseada con Julio Grondona: el control de los seleccionados juveniles, que el Presidente de la AFA había resuelto separar de la órbita de la mayor. Passarella quería a Jorge Griffa e insistió hasta el hartazgo, pero el elegido fue el entrerriano José Néstor Pekerman. Hubo una charla de camaradería entre ambos cuerpos técnicos a finales de aquel 1994 y en un momento apareció el apellido Gallardo. Passarella defendió que lo necesitaba, que lo llevaría a la Copa Rey Fahd que se jugaría en enero de 1995 (paralelamente con el Sudamericano de Bolivia) y que luego volverían a hablar de cara al Mundial de la categoría en Qatar, en abril. Todos sabían que esa charla jamás iba a ocurrir.
El DT de los juveniles oriundo de la localidad de Villa Domínguez quería contar con Gallardo, pero no se entrenó ni un día con los juveniles. Hubiese organizado a aquel equipo junto con Ibagaza, con Guerrero y Biagini más adelante. Probablemente hubiera perdido el puesto Coyette, pero todo esto es ficción. Mientras el Sub 20 cayó ante Brasil en la Final del Sudamericano en Bolivia, la Argentina de Passarella también tropezó en el choque decisivo contra Dinamarca, en Riad. En suelo saudí, sobre tres partidos, Passarella solo utilizó a Gallardo en el primero, contra Japón, cuando reemplazó a Ortega, a los 21 minutos del segundo tiempo. Contra Nigeria y los europeos liderados por los hermanos Michael y Brian Laudrup, se quedó en el banco de los suplentes.
Gallardo significaba mucho para Passarella: lo había promocionado a la Primera de River y, tiempo después, el ex zaguero sería el padrino de Nahuel, el hijo mayor del Muñeco. Claro, con los años, la relación estallaría en mil pedazos. Pero en la segunda parte de los '90 estaban muy próximos. El acutal entrenador del Millonairo era valioso futbolística y simbólicamente: para el Káiser, enemistado con Maradona, aunque en aquellos primeros partidos de su etapa le había confiado la camiseta 10 a Marcelo Espina, veía en a quien hoy llaman Napoleón por el barrio de Núñez, al heredero del Diez. El crecimiento, la consolidación y el éxito de Gallardo, de alguna manera, sería una victoria de Passarella sobre Maradona. La selección había quedado en ruinas después de la escandalosa Copa de EE.UU. '94, y la reconstrucción desde un número 10 con halo passareliano tendría aroma de venganza. Por eso el técnico nunca pensó en desprenderse del Muñeco, y mucho menos prestárselo al dominguense Pekerman, que con los meses sumaría simpatía y aceptación, el camino contrario al del Káiser, que se cruzaría con polémicas y confrontaciones.
River, presidido por Alfredo Davicce, aceptó el papel de ogro: siempre se negó a cederlo a Gallardo a los juveniles, argumentando lesiones. Algo de verdad había, el físico desde muy joven le avisaba al volante que no lo dejaría en paz en toda su carrera. Pero detrás de los hilos estaba Passarella, que en febrero de 1995 se lo llevó a Gallardo a Mendoza a disputar un amistoso contra Bulgaria B; el Muñeco por primera vez fue titular en la Albiceleste y marcó dos goles, ambos de penal, en la victoria por 4 a 1. Y al mes siguiente, en marzo, Passarella volvió a contar con el enganche para afrontar en Mar del Plata unos irrelevantes Juegos Panamericanos, que no clasificaban para nada (el pasaje rumbo a los Juegos de Atenas se resolverían en el Preolímpico de 1996). La Argentina, después de quebrar en las Semifinales a Honduras con un sospechoso arbitraje, en el duelo decisivo superó por penales México. El primer disparo de la tanda final lo ejecutó Gallardo. Mientras, aunque sabía de la negativa, si el cuerpo técnico de Pekerman ensayaba algún pedido, River tabicaba la gestión.
Las cartas estaban echadas y el Sub 20 igualmente se coronaría en Qatar. Paradójicamente, 1995 sólo le traería amarguras a Marcelo Gallardo en la selección. En junio, el público lo silbó por fallar un penal ante Australia, en la cancha de Quilmes. Y en la Copa América de Uruguay, pese a llevar la camiseta 10, en el cruce con Brasil ( el de la recordada la mano de Tulio), que sacó a la selección por penales, Gallardo se quedó entre los suplentes. Caprichos del destino, dos años después, en 1997, el seleccionador nacido en el departamento Villaguay volvería a consagrarse campeón del mundo Sub 20 en Malasia, y Passarella, ante otra Copa América y también con Gallardo en el plantel, volvería a decepcionar con una rápida eliminación ante Perú, en los Cuartos de Final. A la Argentina le expulsaron tres futbolistas ese día en Sucre, el último, sí, fue Gallardo. Y el 4 de julio de 1998, el eslabón final del ciclo Passarella, en la despedida mundialista contra Holanda, entre el palo de Gabriel Batistuta y la expulsión de Ortega, Gallardo tampoco se movió del banco esa tarde en Marsella. Apenas unas semanas antes, en Toulon, a solo 60 kilómetros sobre la Costa Azul, la Argentina había alzado el torneo Esperanzas, por su puesto, con el entrerriano José Pekerman como entrenador.