Las dos personas que denunciaron por abusos al cura párroco de Seguí, Marcelino Moya, <b>por hechos cometidos en su paso por Villaguay (entre 1992 y 1997) </b>acudirán hoy a sede judicial, para dar inicio formal a la apertura de la causa que llevará adelante la fiscal de dicha ciudad, Nadia Benedetti.
<b>El expediente contra el sacerdote payador, como se lo conoce en buena parte del país y en algunas localidades uruguayas, es por el delito de "corrupción de menores agravado", cuya pena es de 10 a 15 años de prisión, máxime teniéndose en cuenta que ambas víctimas eran monaguillos de la Parroquia Santa Rosa de Lima de Villaguay al momento de producirse los hechos, entre 1994 y 1996, por lo cual ejercía un rol de autoridad religiosa sobre ellos.</b>
La comparecencia de ambos jóvenes -quienes no residen en Villaguay, sino en dos ciudades de la provincia de Santa Fe, donde hicieron sus estudios universitarios y tienen más de 30 años- le servirá seguramente al arzobispo de Paraná, monseñor Juan Puíggari, para iniciar también la investigación interna diocesana, ya que en sus últimas declaraciones periodísticas había dicho que no le constaba la existencia de denuncia alguna en sede judicial y únicamente había una revelación periodística.
Las presuntas víctimas relataron a la revista <i>Análisis</i> cómo fueron cada uno de los abusos cometidos por el cura Moya. El primero de ellos contó que fue abusado, por lo menos dos veces por semana y durante casi dos años, en la propia habitación del sacerdote, en el primer piso de la Parroquia de Villaguay, como así también cuando hicieron viajes a Viale, para realizar tareas religiosas. La otra víctima contó que hubo un intento de abuso, también en la habitación del cura, pero éste reaccionó a tiempo y empujó al cura, tras lo cual se fue de la Iglesia y nunca más volvió, pese a que también era monaguillo.
El sacerdote llegó a la ciudad de Villaguay en febrero de 1993, con no más de 26 años y enseguida se fue ganando la amistad de niños, jóvenes y mayores. Se ordenó en diciembre de 1992 en el Seminario de Paraná; antes estuvo como diácono en la ciudad de Viale y en Villaguay hizo el primer bautismo el 6 de febrero del '93. En ese entonces, monseñor Estanislao Esteban Karlic era el arzobispo de Paraná y uno de los jefes del Episcopado Argentino.
Sus movimientos en la parroquia Santa Rosa de Lima de la ciudad del centro de la provincia fueron rápidamente ganando adeptos. En especial, de los niños y jóvenes, a los que se pasaba acariciando, pellizcando en la mejilla o tirándoles suavamente el pelo. El cura Marcelino Moya, oriundo de María Grande, proviene de una familia muy humilde, conocía la historia de vida de cada uno de los pibes y sabía detectar perfectamente quiénes estaban con problemas familiares o personales, en virtud de ese paso de la pubertad a la adolescencia, donde todo se va descubriendo y en especial la cuestión sexual. Esa vulnerabilidad era determinante para su accionar, ya sea en ese ámbito cerrado que era su habitación en la Parroquia de Villaguay, en los viajes que organizaba o en las visitas que hacía con los chicos al balneario de la zona.
Situaciones similares se observaban semana a semana, en dicho período, en su habitación parroquial, con soldados voluntarios que se incorporaban al Regimiento de Infantería Mecanizado 5 General Félix De Olazábal, con sede en Villaguay, que ingresan a los 18 años y es el escalón inicial en la carrera de suboficiales del Ejército Argentino. En ese entonces, la mayoría de edad era a partir de los 21 años, por lo cual también podrían ser citados voluntarios del Ejército, quienes eran menores de tal edad, en el período entre 1993 y 1997. Moya fue capellán del Ejército en Villaguay -o sea, una autoridad superior a los soldados voluntarios-, hasta que en 1997 fue destinado a Campo de Mayo.
El cura Moya se reunió, mientras tanto, con el arzobispo Puíggari, el viernes al mediodía, para interiorizarse de su situación.