Esta cadena de frustraciones que castiga al seleccionado argentino, la misma que el sábado pasado incorporó un nuevo eslabón en tierras rusas, es dolorosamente añeja, tanto que el último éxito en competencias de mayores hoy cumple exactamente 25 años. Mucho tiempo. Demasiado para una camiseta con tanto peso y tanta historia.
Aquel 4 de julio de 1993, cuando en Ecuador los dirigidos por Alfio Basile levantaron la Copa América, todavía Argentina tenía la costumbre de celebrar seguido. De hecho, en 1991, también con el Coco al mando, el equipo albiceleste había conseguido en Chile la edición anterior de esa misma competencia, y la brillante obtención del Mundial de México, en 1986, estaba fresca en la memoria futbolera. Pero después del título alcanzado en Guayaquil, donde dos Batigoles de Gabriel Batistuta afirmaron la victoria por 2-1 sobre México en la final, los argentinos sólo festejamos en certámenes juveniles y olímpicos. Los mayores, en cambio, comenzaron a desperdiciar oportunidades, y así crecieron las presiones y la desazón.
La malaria estuvo a punto de cortarse en varias finales, como la del Mundial 2014, las de las Copas Rey Fahd 1995 y Confederaciones 2005 y las cuatro en sendas ediciones de la Copa América: 2004, 2007, 2015 y 2016. Y a las derrotas sufridas en esas definiciones hay que agregar seis Mundiales -incluido el actual- y cuatro Copas América en las que la ilusión acabó antes. El repaso, entonces, habla de 17 torneos oficiales sin ver a Argentina en el escalón más alto del podio. Hasta el número, que en la jerga quinielera está relacionado con la desgracia, pretende confabularse para tirarle sal a la vieja herida. Pero el término suena exagerado tratándose de un deporte. En todo caso, la decepción encarna el sentimiento generalizado que Francia potenció el sábado en Kazán.