Sociedad Desde Brasil

Por agua, aire y tierra: Entrerriana viajó 45 horas para volver al país

Lanchas, aviones, micros, combis, ubers y caminatas para volver a la ciudad desde una isla de Brasil, esquivando el coronavirus y lidiando con un cónsul polémico para poder llegar a su tierra natal.

3 de Mayo de 2020

Hace un mes ElDía contó la desesperación de una gualeguaychense varada en Brasil: "Se nos agotan los ahorros". Hoy, gracias a una travesía que emprendió, Sol Reichel ya descansa tranquila en la Casa de Encuentro Virgen Peregrina del Obispado, junto a Maria Elena, otra joven que estudia en La Plata.

 

Volver para la Gualeguaychuense de 30 años no fue para nada sencillo. Tuvo que atravesar Brasil tomando los recaudos por si misma, ya que el gobierno de Jair Bolsonaro nada hace para cuidar a su población del Coronavirus. A continuación, el relato de Sol en primera persona de un viaje lleno de miedos, pero con final feliz.

 

 

 

<h5>Adiós Morro de Sao Paulo</h5>

 

Así se llama la isla donde estuve trabajando como fotógrafa. Fue una temporada difícil, y se complicó definitivamente con el Covid-19. Sin la posibilidad de trabajar, ya sin ahorros y ante la poca ayuda del cónsul, pedí dinero prestado y decidí emprender el desafío de atravesar Brasil por mi cuenta, junto a un grupo de 14 argentinos más que estaban en una situación similar a la mía.

 

El primer paso fue subirnos a la lancha, que nos sacó de Morro de Sao Paulo y nos dejó en el puerto de San Salvador de Bahía. El cónsul, quien gestionó la embarcación, nos hizo firmar un papel que decía que nos había dado 180 reales para pagarla, lo cual no fue cierto.

 

Por nuestra cuenta nos tuvimos que tomar un uber hasta el aeropuerto, y coordinamos entre los 15 para tomarnos el mismo vuelo hacia San Pablo.

 

Descendimos del avión y nos aprontamos para tomar el siguiente rumbo a Porto Alegre. Nunca desinfectaron los asientos ni nada. Nos expusimos a muchísimos peligros, sobre todo una de mis compañeras de viaje que está embarazada.

 

<b>De la calidez al frío</b>

 

En Porto Alegre nos recibió un brasileño que contactamos para que nos lleve hacia la frontera. Nos llevó a una estación de servicio y nos dio de todo para comer. Fue tan linda la recepción que liberamos un poco toda la presión y los miedos del viaje.

 

La sensación de alivio duró poco. Ya estábamos arriba de una combi rumbo a la frontera. Era de noche y pasamos muchísimo frío, íbamos a los saltos, sin poder dormir y con temor por el pésimo estado de la ruta.

 

Cuando llegamos a Uruguayana, bajamos de la combi y tuvimos que caminar dos kilómetros hasta los controles. Del lado brasileño no había prácticamente nadie. Hicimos los papeles y nos contaron que para los varados en Río el gobierno gestionó un micro gratis ¡Eso si que fue frustrante! Peleamos mucho tiempo por algo que nos negaron una y otra vez, y que era posible. Pero no importa, ya estábamos cerca.

 

Me largué a llorar. Ya no pude contener tantas emociones, la felicidad de haberlo logrado por nuestros propios medios. Un gendarme, con una sonrisa y un "todo va a estar bien", me contuvo y nos indicó todos los pasos a seguir.

 

Nos tomaron la temperatura, nos dieron barbijos y cuidaban que mantengamos la distancia. En las dos horas que estuvimos esperando ahí estábamos paranoicos al ver gente de otras partes del mundo, nos limpiábamos las manos con alcohol en gel cada cinco minutos.

 

Llegó el momento de tomar el micro rumbo a Buenos Aires. Comencé a sacar cuentas. Salimos de la isla el 16 de abril a las 8 de la mañana, y llegamos a Retiro el 18 a las 4 y media de la madrugada. 44 horas y media de viaje, prácticamente sin dormir.

 

Luego de los controles sanitarios, me llevaron a un Hotel de San Telmo. Allí pasé 5 días. Me dajaban la comida en la puerta, y para el agua caliente para el mate poníamos el termo destapado en la puerta y allí nos servían. Me controlaron la temperatura todos los días y me preguntaron por los síntomas. Por suerte no padecí ninguno.

 

<h5>En casa</h5>

 

Los micros salían solo para las capitales. No tenía sentido ir a Paraná y no me podían bajar en la ruta, así que busqué otra manera de volver a Gualeguaychú. Conocí en el hotel a una chica de Concepción del Uruguay, que logró que enviaran una camioneta del municipio a buscarla e hizo de puente para que yo pueda ir también.

 

No quise que me lleven a mi casa, mis papás son grandes y el temor de la posibilidad de contagiarlos es más fuerte que las ganas de abrazarlos.

 

Me contacte con la municipalidad de Gualeguaychú, y conocí a Mati, quien me buscó en la puerta de mi casa y me llevó a la Casa del Obispado. Me recibieron de diez, hay mucho cuidado y conciencia de todo.

 

Un rato más tarde que yo llegó María Elena, mi nueva compañera de aventura. Con la que llamamos a la policía temiendo por nuestras vidas porque había ruidos alrededor de la casa, y terminamos llorando de risa porque resultaron ser unos chanchos de un campo vecino.

 

Hicimos lo imposible. Los 15 viajeros ya estamos todos en nuestros pueblos. Algunos en Paraná, otros en Buenos Aires, Córdoba, Mendoza? Yo acá, cumpliendo la cuarentena feliz, en casa.

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